—Señor presidente, le dijo el hombre con la voz trémula y el nerviosismo desbordado el teléfono. —¿Atraparon al Chapo? –preguntó el presidente poniéndose las gafas y sentándose en la cama quitándose la modorra de la media noche. Su esposa soltaba baba sobre la almohada y murmuraba algo. —No señor. Tenemos un problema. —Ay no, por favor no. Ahora qué, ¿una inundación?, ¿un terremoto?, ¿explotó otra plataforma petrolera? Nos declaró la guerra Argentina, ¿verdad? Dígale que era broma, que nunca dije que su presidenta estaba loca. —No señor. Si es algo con otro país pero no con Argentina. Si no actuamos rápido podemos tener problemas con España. —¡Mi madre! Exclamó el presidente y sintió un vahído que lo tumbó de nuevo a la cama. —Señor, señor, se oía que decía su asesor de gabinete desde el teléfono. La primera dama se despertó, tomó el auricular y oyó los gritos desesperados. —Mi amor te hablan, dijo poniendo el aparato en la cabeza de su marido. El presidente cambi
—¿De dónde vienen? —preguntó Reordon. —De todas partes —replicó Carmack. Ambos hombres permanecían junto a la carretera de la costa, y, hasta donde alcanzaban sus miradas, no podían ver más que coches. Miles de automóviles se encontraban embotellados, costado contra costado y paragolpe contra paragolpe. La carretera formaba una sólida masa con ellos. —Ahí vienen unos cuantos más —señaló Carmack. Los dos policías miraron a la multitud que caminaba hacia la playa. Muchos charlaban y reían. Algunos permanecían silenciosos y serios. Pero todos iban hacia la playa. —No lo comprendo —dijo Reordon, meneando la cabeza. En aquella semana debía de ser la centésima vez que hacía el mismo comentario—. No puedo comprenderlo. Carmack se encogió de hombros. —No pienses en ello. Ocurre. Eso es todo. —¡Pero es una locura! —Sí, pero ahí van —replicó Carmack. Mientras los dos policías observaban, el gentío atravesó las grises arenas de la playa y comenzó a adentrarse en las agua
César Silva Márquez no es todavía un nombre que suene con constancia en las letras mexicanas recientes, aunque su obra narrativa lo vale como un escritor muy interesante. Las razones pueden ser muchas, pese a nacer en Ciudad Juárez vive desde hace algún tiempo en Xalapa, capital del estado de Veracruz, lo cual de cierta manera lo margina del centro y al mismo tiempo del hip que han tenido los escritores norteños de Tijuana, la región de La Laguna y Monterrey. Tal vez otra posible razón sea que la obra de Márquez se divide entre la poseía y la novela. Tal vez este trasvase de géneros entre el universo poético y el narrativo haga difícil para los críticos ubicarlo en un sitio; eso aunado que en nuestro país narrativa y poesía son muchas veces mundos contrarios y contrapuestos. Sin embargo, César Silva Márquez ha despuntado en ambos. Su primera novela Los cuervos (FETA 2005 y ganadora del premio binacional Frontera de palabras) marca ya muchas de sus constantes narrativas: el juego d
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