Resistencia y sueño (crónica de un encuentro literario en MTY)

Primera parte.
Jueves 12:30 AM La casa está sola. Bere, mi mujer, viaja ahora rumbo a la región de los volcanes. Yo estoy sentado frente a la computadora intentando cambiar la ponencia que de última hora y según vi en el programa, era ya otro el tema. No he dormido bien en la última semana. Un par de horas cada noche y ahora, con lo obsesivo que soy, no quiero ni acercarme a la cama por miedo a perder el vuelo. Después de un rato mi cerebro se desconecta y mi mirada se queda fija en un punto entre la televisión, el reproductor de DVD y un pequeño insecto que da giros en el piso. La alarma de mi celular me saca de ese semi sueño. Enciendo la televisión y los Eagle eyes se ofrecen como la última revolución para deportistas y policías gringos. Tomo la maleta, el boleto impreso y reviso, como buen obseso, el gas, las llaves del agua, las ventanas y salgo corriendo.
En el metro los indigentes, cual muertos vivientes, despiertan de la fría noche sacudiendo sus cobijas o saliendo del sistema de ventilación. Son casi 20 que esperan abran para refugiarse dentro. Los taxistas juegan cartas en la cajuela de un Tsuru y algunos desesperados trabajadores no ven la hora en que el policía abra la reja. En poco tiempo estoy en Pantitlán. Cuando uno cambia de estación ahí es como si atravesara una película postapocaliptica donde en cualquier momento hordas de seres semisalvajes cruzan aquellos pasillos de hormigón armado en busca de tus pertenencias. Esos clanes usan la ceja delineada y se operan la nariz, se hacen llamar reguetoneros y deambulan por los pasillos y vagones con poderosas armas sónicas en la espalda.
En el aeropuerto la gente se arremolina frente a las pocas aerolíneas que sobreviven. Interjet y Volaris son las más cotizadas. Para ese momento el sueño empieza pedirme que lo deje llegar. Veo mi desalineado aspecto en la puerta del Oxxo. Pido un café y unas donas que son el desayuno-basura más caro que he tenido en mi vida. Tiro la mitad cuando en la entrada a las salas me lo piden de buena manera las vigilantes en sillas de ruedas.
En la banda de revisión de equipaje una chica abre su maleta y de ahí salen docenas de pastas de dientes Colgate. La chica me ve con lo que ella sabe son ojos bellos y me pide que le ayude a pasar unas de ellas. Me acuerdo del Lazca, de las telenovelas colombianas. Con mi sonrisa oliendo a café capuchino de polvo le digo que no.
En la sala de espera hay un grupo de músicos con el rostro destruido por las desveladas. Me consuelo un poco por lo que vi apenas hace unos minutos como mi reflejo. A lo lejos, una sonrisa sincera me saluda. Es Alicia de Milenio, y se convierte en la primera buena noticia del día. Se sienta a mi lado y comenzamos a platicar. Luego se parece Hernán y ella salta a sus brazos con notable gusto. “Licha”, le dice Hernán y yo le brindo un abrazo un poco menos efusivo al que ellos se dieron. Tonteamos buscando plática hasta que la voz de Dios, convertida en sobrecargo que nos pide nuestra identificación en el sonido, nos llama a abordar.
Quiero dormir pero la plática con Alicia se alarga mientras el avión alza el vuelo. En algún momento me desconecto del mundo cosa que aprovecha Alicia para dormir. Yo me vuelvo a quedar en ese semi sueño en el que el mínimo detalle cobra relevancia.
La sobrecargo me ofrece café y el subidón de cafeína es suficiente como para borrar completamente mi ponencia y escribirla de corrido como si alguien me la dictara. Sé que Zizek está en mis palabras.
Monterrey 9:02 AM El celular suena en el estacionamiento. Al grupo se ha integrado Orva, dramaturga y alegre carnalita y que sería parte de más historias en el encuentro. Cuando contesto, esperando que sea algo importante. Resulta ser un sujeto que leyó mi columna contra Chávez en la Jornada de Oriente. Me dice que revise mis datos porque el venezolano no llegó por medio de un golpe de estado Creo que no entendió bien lo que escribí. Le digo que estoy lejos y que de dónde sacó mi número. Soy… dice pero no escucho ya. La conexión se perdió.
10:33 AM No oigo a María Baranda pero si llego bañado y con mi camisa arrugada. Es mi camisa favorita, la de padrote, la de la suerte. Mis compañeros ya están en el pódium y entonces soy la primera ponencia que se lee ahí. Me digo a mi mismo, no habrás el hocico de más Iván, resérvate tus comentarios; pero el duende maldito siempre quiere salir a flote.
La siguiente mesa es igual de consistente que la nuestra. Espartaco brinda su punto y no habla de Elvis. Hernán se me revela como un ensayista muy cabrón y como mi “roomie”. Cada uno hace lo que puede con los temas. El duende dentro de mí comienza a brotar. Estoy muy cansado como para controlarlo así que hace uso de mi cuerpo y comienza a opinar.
            Afuera me espera un grupo de estudiantes que quieren hablar conmigo porque leyeron “Extraños” y les gustó. Cintermex con todo y sus techos altos es imposible de contener mi ego que se eleva hasta límites inconmensurables. Busco a Javier Raya, con el cual desayuné, pero se volverá solamente una referencia cruzada en las charlas posteriores. Me gusta su poesía y su sarcasmo. Lo leo en el FB y en su blog.
            Como en todo encuentro, que es como excursión de prepa, se comienzan a hacer las parejitas, los grupos de amigos. Allá los (auto)excluidos, los exitosos, los busca-chelas, las lindas, los densos, los quierointegrarme y los crudos, como yo. El sueño vuelve a tocar por medio de ligeras alucinaciones y dolores en los brazos. Tengo ya casi 35 horas sin dormir. Subo a la habitación y me pierdo.
6:20 Le digo a mis compañeros que no tengo ganas de beber. Pero apenas localizo una Carta Blanca me dio cuenta que las energías regresan a mí. La gente de MTY habla sobe la violencia, sobre lo peligrosa que se ha vuelto la ciduad, sobre la cantidad de negocios que han cerrado. Nos dicen que no vayamos a ningún antro. Raya me dijo que el se regresó caminando sin ningún problema del centro la noche pasada.
            Vaca-Espartaco, el grupo tú y yo somos amigos, se adelantan para localizar el lugar de expendio de cervezas. Atrás voy con un vario pinto grupo de escritores y escritoras.  Alicia y yo nos cooperamos para un cartón de Indio. Toño Salinas arma otro, ofrezco mi mochila para meterlas ahí. Gilma y Paulet sus bolsas. Al rato una incipiente fiesta en donde nadie quiere hablar comienza en el 104.
            Corte directo a varias botellas de Whisky en la mesita de centro, una computadora intentando suplir a un buen sonido que pudiera encender más, de por si los ánimos. La habitación está a tope. Somos escritores así que hablamos no de literatura, sino de los otros. Para eso son los encuentros para hablar de otros encuentros y estar al día de la vida amorosa-sentimental de los compañeros. Bodas, divorcios, publicaciones y premios todo se mezcla con las obsesiones literarias de cada uno. Los poetas siempre son molestados, pero los verdaderos excluidos son los dramaturgos. Los que ejercemos el acoso somos los narradores. El centro reina y manda, siempre somos más del DF, los norteños hacen frente común para defender su territorio dentro de la república de las letras. Los del sur saben la batalla perdida. La literatura parece aparejarnos a todos pero los recursos dentro de municipios y estados hacen la diferencia. En Campeche me hospedaron en un hotel de paso, en Monterrey tengo tina y buffet de desayuno.
Sábado 4:12 AM En algún momento el sueño vuelve a tocar a mi cabeza. Guardo mis cosas y me voy a buscar a Toño Salinas. Le toco y le pido posada. Entren santos peregrinos, me dice. Su compañero de cuarto, un evangelista o algo así, no se mezcla con nosotros por cuestiones religiosas inentendibles. Yo tomo tres almohadas, las acomodo cerca de la cortina en el piso. Me quito los tenis y mi cerebro manda la orden para desconectarme. Mañana será otro día.
Continua.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un chango de Malasia

Lemmings, cuento de Richard Matheson

Los spoilers y la Revista Dicine