La letra con sangre entra
Uno de los temas favoritos de los creadores es el escritor
mismo. Las páginas de novelas y cuentos están pobladas por infinidad de
escritores-asesinos, escritores-viajeros, escritores-galanes, escritores-exitosos
y demás transformaciones de ejecutantes del oficio. El escritor y la escritura
son un tema fundamental lo mismo en autores como Jorge Luis Borges que Stephen
King. Luis Jorge Boone agrega su particular visón en un divertido libro de
relatos llamado Largas filas de gente
rara.
Boone,
principalmente poeta, pero últimamente vertido a la prosa ha creado una serie
de cuentos donde “pasa cuchillo” a infinidad de personajes que se dedican a la
escritura. Hace uso de la primera persona para contar, a manera de mito, el
desarrollo de un terrorista literario que piensa sólo un puñado de escritores
deberían de sobrevivir y quemar el resto de libros que se han escrito; mezcla
los tiempos para narrarnos la historia de un exitoso plagiario que viaja a Cuba
para obtener cuadernos repletos de obras maestras a cambio de una maleta de
ropa; o el ensayo descriptivo para mostrarnos, con precisión científica, la
fauna de escritores que crece como hongos por toda esta hermosa República de
las Letras. Algunos de los que disecciona son narradores que hacen de la queja un arte,
los imparables e insufribles polígrafos o los que su principal obra es su
semblanza en las solapas.
Uno se asoma
al mundillo literario mexicano y latinoamericano de la mano de un excelente
guía. Boone, nos lleva a conocer la fauna de editores que destruyen con sus
dictámenes las obras de incipientes autores, la de los iluminados que creen
tener la razón en cuanto a gustos literarios se refiere y la del escritor
presionado por la sádica cortesía de sus pares que no puede/quiere escribir más
que obras maestras.
Boone, echa
mano de su humor para desgranarnos un mundo que a muchos les podría parecer
intoxicante y poco propicio para la creación y que a otros apasiona. Su prosa
es clara, amena, atrapante, sin florituras verbales para demostrar su uso del
español. Se permite utilizar el caló chilango y burlarse de su patria chica,
Coahuila, escondiendo sus personajes en aquellas áridas y ríspidas tierras.
Además, los epígrafes no tienen desperdicio. Casi todos
son reflexiones varias sobre el oficio sin caer en la pedantería. Lo que hace
Luis Jorge Boone con este libro es crearnos la necesidad de buscar más de su
prosa.
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