Una era de fanzines y dillers



Los noventa no eran tan malos, es más, a la distancia puedo decir que me gustaron mucho. Fueron intensos y tremendamente depresivos. Los noventas fueron como los sesenta pero al revés, decía Mark Dery. Redescubrimos las drogas sicotrópicas y utilizamos el sexo para paliar la soledad. Caminábamos por la vida como si el mundo se fuera acabar. El socialismo había muerto (o cuando menos eso nos dijeron los neoliberales); los religiosos violaban a los niños, como había sido durante siglos, sólo que ahora salían en las noticias y el Tratado de Libre Comercio inició justo con el levantamiento en Chiapas. La resaca de los ochentas nos había dejado cansados y sin muchos sueños a cuales atarnos. Por eso las drogas duras, el crack en botes de tkt, los ácidos venidos de Canadá y el sexo desganado se volvieron cosa de todos los días.
            En aquel entonces tomaba un taller de cuento en un instituto de cultura. Perdonen que me torne autobiográfico pero es necesario. Mis compañeros, los que asistían con más regularidad, provenían de la carrera de letras, así que sus lecturas consistían principalmente  en el boom latinoamericano y los clásicos europeos. Yo, hijo de la televisión y el cine leía mucho, pero novelas editadas por Roca. Era el bicho raro que hablaba de drogas y sexo a partes iguales. Me sentía extraño entre esos proto intelectuales que después se pondrían el uniforme consistente en saco de pana y bufanda.
            Un día, en la casa de un amigo fanzineroso, refugio dónde podías fumar mariguana y meterte de vez en vez algún ácido, encontré un libro que le habían mandado por correo postal desde Tijuana. Este amigo se carteaba con gente de varias partes del mundo. Ya me había platicado de Rafa Saavedra y de su fanzine, El Centro de la rabia y el más reciente, por esas fechas, Velocet. Este amigo, lo primero que hizo al recibirme, fue mostrarme un libro pequeño con un diseño innovador, que tenía varios cuentos breves. Los textos rompían con todas las reglas que me habían mostrado en el taller: mezclaba el inglés con el español, utilizaba slang ibérico procedente directamente del pop y de las traducciones de Anagrama; no tenían un inicio, clímax y desenlace y peor aún, no estaba enraizado en la larga tradición de esta gran República de las letras.
Ese pequeño libro fue un bombazo. Esto no es una salida, postcards de ocio y odio cambió mi forma de escribir. Lo debí releer unas 12 veces en el transcurso de un año y aprendí de esa forma muchos de los trucos y técnicas que utilizaba. La “caja de herramientas” de Rafa eran breves descripciones para mostrar un mundo en constante cambio, onomatopeyas, palabras en inglés que en determinado momento, decían más que las utilizadas en español. Sus escenarios eran carretas, supermercados, bares, callejuelas. Sus tramas, sin un final rotundo, estaban poblados por seres insignificantes, pubertas punks, adolescentes borrachos, jóvenes que trabajaban de lunes a viernes para reventarse el fin de semana en San Diego. La depresión por saber que los grandes sueños se habían acabado salpicaba todos los textos. Además, sus textos tenían soundtrack: el pop de marcha de la movida española y el techno que en Tijuana había llegado para no irse.
Era un hecho que su influencia más directa eran los escritores y artistas norteamericanos que tenía a la mano. Dos nombres sobresalían: Andy Warhol y Charles Bukowsky, cosa que confirmé en los “Special features” de esta edición especial editada por Nitro Pres, cuando declara su admiración por el artista ruso-norteamericano y la inspiración para “Han atrapado a Dios” del cuento de “Cristo en patines” del Buck.
Algunos libros te invitan a viajar, otros a leer más sobre el autor, otros te hacen llorar, pero el de Rafa te exigía escribir. Estaba hecho con una aparente facilidad que creías poder hacerlo tú también. El amigo que me mostro al libro (y que debo confesar se lo robé para luego perderlo en una fiesta, cinco años después), hizo un plagio homenaje a varios de los cuentos, utilizando el estilo de Rafa sin mucha gracia.
Celebro que una editorial todavía pequeña como lo es Nitro Press y a la cual me une amistad y respeto, se tome el trabajo de reeditar esta joya de la literatura fronteriza. Fronteriza en las dos acepciones de la palabra, por darse en la border con nuestro vecino y por mezclar a partes iguales la cultura pop y la literatura.
La edición, como es costumbre en Nitro press, es de lujo, con fotografías de aquellos noventas, con textos de Guillermo Fadanelli, el propio Mauricio Bares, Karla Martínez y una especie de detrás de cámaras de Rafa Saavedra.
Los noventas terminaron y dejaron algunos libros hermanos de espíritu al de Rafa, como Streamline de Bares, Metropop de Fran Ilich, El gran pretender de Luis Humberto Crosthwaite y Yonke de Pepe Rojo.
Gracias.
Viaducto-Piedad Febrero 2013

(Texto  leído en la presentación en la Feria de Minería el jueves 22 de febrero)

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