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22 de diciembre

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Dostoevsky, SAN PETERSBURGO, PLAZA SEMENOVSK, 22 DE DICIEMBRE DE 1849 El ruido de los sables y las voces de mando a lo largo de las casamatas de la prisión han turbado su sueño a medianoche. Aparecen unas fantasmales y lúgubres sombras. Aquellas sombras le empujan por un estrecho e interminable corredor. Se oye chirriar un cerrojo. Se abre una puerta. Entonces puede contemplar el cielo, mientras un viento helado le azota el rostro. Espera un coche celular, en el que le introducen violentamente. En el coche se encuentran apretujados, cruelmente encadenados, sus nueve compañeros de infortunio. Todos callan. Saben adónde van. Saben que su viaje no tiene retorno. El coche se pone en marcha lentamente. De pronto se detiene y otra vez chirría una puerta. Al trasponer la verja, sus ojos descubren un miserable rincón de mundo: casas sombrías, sucias, bajas de techo. Luego ven una gran plaza, desierta, cubierta de enfangada nieve. Una densa niebla envuelve el patíbulo. Un templo de oro se

Un chango de Malasia

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—Señor presidente, le dijo el hombre con la voz trémula y el nerviosismo desbordado el teléfono. —¿Atraparon al Chapo? –preguntó el presidente poniéndose las gafas y sentándose en la cama quitándose la modorra de la media noche. Su esposa soltaba baba sobre la almohada y murmuraba algo. —No señor. Tenemos un problema. —Ay no, por favor no. Ahora qué, ¿una inundación?, ¿un terremoto?, ¿explotó otra plataforma petrolera? Nos declaró la guerra Argentina, ¿verdad? Dígale que era broma, que nunca dije que su presidenta estaba loca. —No señor. Si es algo con otro país pero no con Argentina. Si no actuamos rápido podemos tener problemas con España. —¡Mi madre! Exclamó el presidente y sintió un vahído que lo tumbó de nuevo a la cama. —Señor, señor, se oía que decía su asesor de gabinete desde el teléfono. La primera dama se despertó, tomó el auricular y oyó los gritos desesperados. —Mi amor te hablan, dijo poniendo el aparato en la cabeza de su marido. El presidente cambi

La casa verde

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La casa se veía a lo lejos. En un barrio como aquel, caído en desgracia, una casa de dos pisos rodeada de jardín, con un ático enorme y pintada de un verde descascarado llamaba mucho la atención. La gente la veía a lo lejos y se imaginaba cosas. Algún tiempo perteneció a una familia rica y de abolengo que se remontaba a más de cinco generaciones. Nadie de los vecinos los conoció nunca. Se contaban historias de ella. Que si estaba intestada y los herederos se peleaban desde hace décadas; que si los dueños se habían vuelto locos y ahora sólo salían por la noche; que se oían risas en la noche y se celebraban misas satánicas.             Uno de los rumores más comunes es que ahí vieron unos europeos (la gente cambiaba la nacionalidad de ingleses a franceses, de españoles a italianos) que vivían una vida de lujos. Que dentro escondían joyas, collares enormes de oro y objetos tallados que representaban una enorme fortuna para cualquiera que quisiera entrar por ellos. Que un día, la pare

Una azotea, unas hojas y una pluma

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Cuando comencé a escribir no conocía gran cosa de la literatura sólo que me gustaban las historias y que me gustaba contarlas. Tampoco sabía que se presentaban los libros y mucho menos que existía algo llamado talleres literarios donde uno iba y destripaba lo que había mecanografiado en hojas blancas. Acaba de salir de la preparatoria y era un escritor que tenía un par de cuentos que pensaba eran lo más alto de la literatura mexicana. Alguien me dijo que por qué no iba al taller de la maestra Beatriz Espejo. No la conocía, no sabía que había que pagar y mucho menos que asistir ahí cambiaría mi vida.             El taller se ofrecía los sábados a la nueve de la mañana y hasta la una de la tarde. Con media hora para descansar. En el auditorio habían puesto una mesa larga, varias sillas, una cafetera, galletas y un enorme garrafón de agua. Al entrar a ese sito, con el piso alfombrado, la luz de la mañana entrando por los ventanales, el olor del café recién hecho y el rostro sonriente

VHS- Tu pirata soy yo

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Algunos estudios revelan que después de China, Rusia e Italia, México es el país que más consume (y produce) piratería. Lo mismo ropa de “marca”, que películas y CDs de audio. Mucha gente ve en la piratería una forma de vida. Para nosotros no es extraño encontrar en cada esquina gente que vende a mansalva cientos de dvds piratas en mercados, esquinas o directamente en las oficinas de gobierno. Nadie ve nada raro o que sea ilícito la venta y la compra de ellas.             A mí la piratería me parece terrible para el espectador y para el creador de contenidos audiovisuales. La calidad es mala, el subtitulaje es malo y lo que es peor, contribuye a que no se sigan produciendo películas. Esas cintas grabadas con cámara en mano dentro de los cines (cam screen) y luego subtituladas por medio de un programa que convierte lo escrito en inglés a algo cercano al español me parecen lo más bajo en la apreciación del cine. Comprar esa piratería equivale a llegar a un restaurant, pedir un s

Un año en las calles, David Simons y sus libros.

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Cuando uno ve a David Simon a los ojos, entiende que estamos ante un hombre que ha vivido muchas cosas, pero también que es un sujeto sincero. Simon fue en primera instancia un reportero de la fuente de “sucesos”, algo así como la nota roja en nuestro país. Es periodista de los de antes, de esos hombres que se quedaban en las calles y perseguían la noticia yendo de un lado para otro. Eran tiempos donde las notas tenían que ir más allá de los tres mil caracteres y la imagen no era lo principal. Tal vez por eso sus dos títulos de  no fiction  sean enormes ladrillos de casi 700 páginas; investigaciones donde se hizo necesario salir a las calles, acampar en la estación de policía y hacer un trabajo de calle hasta ganarse la confianza de sus confidentes. En su primer libro,  Homicidio, un año en las calles de la muerte , Simon se adentra en el asfalto de Portland atraído por el asesinato y violación de una niña de once años. Como cualquier novela policíaca el reportero comienza a seg

Dios, bendice a los muertos

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God bless the dead 2pac Shakur La ciudad se ha convertido en una enorme fosa, Donde conviven los muertos con los vivos Los descabezados con los colgados Los muertos de miedo con los baleados La ciudad respira miedo Jesús Marín "Se parecen las novelas policiales a los algodones de azúcar, que no dejan nada en la boca ni en el estómago." [i] Decía Ricardo Garibay con el ninguneo habitual que la intelectualidad mexicana le prodigaba al género policial, que lo considera un arte menor de escapismo y evasión. Si bien los ánimos nacionalistas han bajado (ya nadie quiere presumir de trascendente escribiendo sobre “lo mexicano”), el desprecio de ciertos sectores literarios sigue vigente. Sin embargo el salto del narcotráfico de las páginas de la nota roja a las de cuatro columnas, ha cambiado por completo el escenario.             El ninguneo consiste en afirmar que lo policiaco no puede suceder en México porque: “(si) en el género policiaco tradicional el