Honorarios

James Ellroy cuenta en “Mis rincones oscuros” que con el dinero que obtuvo de su segunda novela pudo comprar una casa en Connecticut, “similar a las que allanaba cuando era joven”. Me encontré con esa declaración mientras viajaba en el metro y me comencé a reír. No sé cuántos escritores de México, incluso de Latinoamérica, podrían decir eso. No conozco a un solo narrador nacional que pudiera dejar todo de lado y dedicarse a vivir únicamente de la venta de sus libros.
            La mayoría hacen cientos de cosas para poder allegarse el dinero necesario para la renta y llenar el refrigerador. Hacen talleres, dictaminan premios, cobran en alguna institución gubernamental, son maestros, periodistas, funcionarios, becarios permanentes de sus padres (o parejas) o de plano se dedican a otras cosas: son dentistas, ingenieros, cocineros, taxistas o vendedores.
            Recuerdo hace algún tiempo cuando Jorge Volpi, (con todo y sus premios y su reconocimiento europeo), mando una carta en la pedía que firmáramos para que la Secretaría de Relaciones Exteriores le siguiera pagando por ser agregado cultural en Europa. Me imagino al excelentísimo señor llorando, con un Martini en la mano preocupado porque ya no le iba alcanzar el dinero para las viandas y los vinos. Digo que estaba preocupado porque pedir firmas en el internet se me hace un poco desesperado.
            Lo cierto es que ser escritor en México no es redituable. Uno lo hace por gusto. Las revistas y periódicos pagan poco, (cuando pagan). Y las regalías de las editoriales nunca llegan. Esa es una de las razones por las cuales deje de escribir para La Jornada de Oriente, el periódico al que por casi cinco años mandé una columna (casi) cada semana. Con mucho gusto me brindaron el espacio, el cual agradezco; pero de repente la línea del diario comenzó a cambiar y nunca hablaron de siquiera regalarme una suscripción, lo cual me parece lo mínimo aceptable. Así que si ellos no pagaban y la mayor parte de los que me leían lo hacían en línea, no veía razón para continuar ahí.
            Pero una de las cosas que me parecen más absurdas es que el gremio en lugar de decir tajantemente “no pagas, no colaboro” prefieren seguir el juego de publicar en determinado diario o revista sin recibir dinero (o cuando menos algo a cambio: entradas al cine, comidas, libros) y hacer como que son profesionales que cobran por sus textos.
            Hace poco leía que un colega ponía en su muro de Facebook: “acabo de firmar con una importante editorial para una novela.” Lo cual significa que le darán un poco de dinero y cambio venderá su alma al Diablo, quedándose sin derecho a regalías, sin poder tener control sobre su obra en poco más de cinco años, no podrá escoger la portada o cuarta de forros, ni le garantizarán que su libro si quiera llegue a librerías.

“Firmar con una importante editorial” puede sonar bien profesional pero en la práctica no es nada bueno. Con lo que obtenga de mi siguiente libro (editado por un sello pequeño) podré comprar un cartón de buena cerveza y una pizza enorme, no un departamento.

Comentarios

  1. Tienes toda la razón y de pronto resulta por decir lo menos, sospechoso, que los escritores en México nunca tratamos el tema abiertamente; quizá por el temor de poner en juego su frágil estabilidad como miembros del feudo de las Letras.

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    1. Una disculpa por contestar hasta ahora. Apenas descubro como hacerlo. jeje. Y claro, Servín, es mejor hacer como que somos grandes triunfadores aunque no alcance para pagar el hospítal si nos enfermamos. La idea es hacer como que somos rocks stars.

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