Hank

Conocí a Charles Bukowski en el último año de la preparatoria cuando compré "Factótum" en una oscura librería del portal del centro en Tlaxcala. ¿Cómo llegó ahí?, aún no me lo explico. Sé hay libros que te buscan y este y yo nos hicimos amigos instantáneos. Lo leí camino a la escuela y no paré hasta verle fin. Luego llegaron más y más libros de él, ya sea robándolos en la Gandhi o de las casas de uno o dos personajes que sabría no los echarían en falta.
¿Quieres leer Bukowski?, me dijo una exnovia muy querida, y me regaló tres libros de él. Y así, no solamente comencé a engullirlo, sino a la gente de la que hablaba (Steinbeck, Fante, Cellin, Cummings, Hemingway). Cuando topé con su poema “El incendio de un sueño”* comencé a frecuentar bibliotecas. No me alcanzaba el dinero, ni las amistades ni los amores ni el cinismo para tener tantos libros. Bukowski me enseño a leer más que mis dos anteriores maestras de literatura; con todo y sus doctorados.
El viejo me llenaba de pasión: su alcoholismo, su desfachatez, su humor sardónico, sus problemas con su padre y el hecho de sentirse un paria. Esa misma mezcla la tenía yo y la andaba cargando desde la infancia. Uno no se hace marginal, lo marginan. Mi abuelo era alcohólico y lo acompañaba a sus giras por las cantinas del centro del DF. Y bueno, tenía que lidiar con los padres que me salían que muchas veces los cabrones, eran peor que el de Hank.
Cuando me dolía el alma, el viejo me contaba de la vez que se escondió de sus amigos debido a su terrible acné; que su primera vez fue con una gorda enorme en un hotel apestoso. Me confesó que tampoco hizo el servicio militar y que su país le importaba una chingada.
Algunos amigos compartíamos el mismo placer por su lectura, pero muchos se quedaban en el simplismo de beber y decir pendejadas, de reírse y drogarse como locos. Algunos  dejaron de beber y se volvieron funcionarios de tiempo completo.
El viejo cumple hoy justamente 14 años de muerto, 14 años que su maltrecho y regordete cuerpo nos abandonó. Todavía Carlos Martínez Rentería lo menciona una vez al día en alguna de sus pláticas.


(Texto escrito hace seis años)


*El incendio de un sueño
Charles Bukowski
La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas.
Aquella biblioteca del centro.
Con ella se fue
gran parte de mi
juventud.

Estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
"¿vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?"

"Claro", contesté
yo.

Pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.

Yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

Muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.
Tenía más problemas con
Hegel y con Kant.

Lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/
o
interesante.
Yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

Descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

Entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

Vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas Wolfe.

Mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
Todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
Había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
Discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

Bueno, yo no era realmente un
vagabundo. Yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. Cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

Siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: "que buen gusto tiene usted,
joven."
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

Pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

También solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.

Maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

James Thurber
John Fante
Rebeláis
De Maupassant

algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald

Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate

Pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

Y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había

le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí ..."

EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER


NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.

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