El cuchillo del "Chalequero".


Es en 1829 que sir Robert Peel crea en Londres, Inglaterra la primera policía organizada del mundo. Dividida en 17 divisiones, con cuatro inspectores cada una, se dedicaban exclusivamente a la vigilancia y a la persecución del delito. Debido al nombre de su creador es que en Inglaterra a los policías se les decía (y todavía algún perdido les llama así): “bobbies”.
            Fue la división H, dispuesta en uno de los barrios más pobres de Londres, Whitechapel, donde en 1888 comenzó a matar prostitutas un hombre que firmaba sus cartas como Jack, El destripador. Cuando las noticias de ese asesino llegaron a nuestro país, los periódicos mexicanos lo llamaron “El chalequero inglés”, porque acá, años antes, de 1880 a 1888 un hombre llamado Francisco Guerrero, alias el Chalequero, había dado cuenta de veinte prostitutas, violándolas, degollándolas y dejándolas tiradas en el río Consulado, por el barrio de Peralvillo.
            En aquellos años el régimen de Porfirio Díaz había consolidando una serie de reformas que le darían una estabilidad sin precedentes al país. Reformas que comenzaron con Benito Juárez. Una de ellas es la puesta en marcha de la constitución de 1857, al igual que el código civil y penal de 1870. Díaz llegaría reorganizar el bandolerismo y a las distintas fuerzas políticas del país en un solo mando, el suyo. El general creía mucho en un grupo de asesores suyos que fueron llamados los científicos, que positivistas a fin de cuentas, pensaban que la técnica resolvería todos los problemas que aquejaban a la sociedad mexicana.
            Importando modelos o haciendo aportaciones propias, este grupo de “científicos” aportaban ideas para crear una urbe a la altura de las europeas o norteamericanas. Uno de los principales problemas a los que se enfrentaron fue al de la criminalidad común y corriente. La desigualdad repartición de la riqueza y el despojo de tierras hicieron que las oleadas de pobres, provenientes del resto de la república, llegaran a la Ciudad de México a engrosar a los ya existentes. Esto, aunado al desigual reparto de servicios en los barrios, (en los de pobres ni agua corriente y en los de ricos la última tecnología), hacía que hubiera grandes franjas de delincuencia donde la justicia porfiriana no entraba. Una de ellas era Peralvillo.
            Eso y otros factores hicieron que Francisco Guerrero, el Chalequero, pudiera actuar a sus anchas sin ser detenido durante poco más de siete años. Uno de esos factores era su aspecto físico, su vanidad. Era, con todas las de la ley, un macho bien plantado. Zapatero, con casi nula instrucción, proveniente de un hogar destruido, como muchos en ese momento, Guerrero vestía siempre con sombrero, adornos en pantalón, zapato y mangas, un mostacho tupido y una mirada fiera que le iluminaba el rostro, hacía que tuviera muchas amantes que lo mantenían siempre como un catrín.
El chaleco era su distintivo, los usaba porque en él podía esconder la charrasca con la que cortaba el cuero para los zapatos y las carnes de sus víctimas. Con buena labia, pero muy adicto al aguamiel, al pulque y a enamorar a cuanta mujer pudiera, no aceptaba un no por respuesta. Era, pese a la buena ropa y a sus buenas maneras, un sádico. Se acercaba a las prostitutas y cuando, ebrio o enceguecido por la furia, hacía brillar su cuchillo, las violaba y luego mataba con sendos cortes, para luego dejar sus cuerpos en el río Consulado, es decir, en las entonces afueras de la ciudad.
Pronto el terror comenzó a apoderarse de las buenas consciencias porfirianas y es cuando Díaz desenvainó “la matona”, que era así como le llamaban a su espada sus detractores. Instruyó que lo atraparan, pero la policía no daba pie con bola. El asesino se escabullía entre la población flotante y los miles de pobres que a diario trataban de sobrevivir en los barrios marginales.
Sería la suerte y el deseo de pulque por parte de Guerrero lo que llevarían a su captura. Fue en julio de 1888 que, luego de torturar durante tres días a Lorenza Urrutia, una prostituta joven del barrio de La Villa, que salió a echarse unos tragos a un lupanar cercano, cosa que aprovechó uno de los vecinos que se había dado cuenta del crimen,  para llamar a la policía. Estos lo atraparon con las moscas sobre el pulque.
            La prensa de aquellos tiempos se dio gusto con el asesino, cuando el tipo, en lugar de argumentar inocencia, comenzó a despepitar con lujo de detalles todos sus crímenes,  justificando, dentro de su inconsciencia, cada uno. La prensa de Vanegas, con la increíble mano de Posada en los grabados, hizo varias hojas volantes hablando sobre el proceso que se le seguía. Poco a poco Francisco Guerrero, el Chalequero, se convertía en toda una celebridad.
            Quien sabe qué extraña fascinación despierta este tipo de personas que la gente mezcla su repudio y su gozo en uno. Pronto, toda la Ciudad de México hablaba de sus crímenes, pero también de sus maneras y su buen vestir. Los jueces lo condenaron a la pena de muerte, pero cosa extraña, Díaz se la condonó a la pena por 30 años a la sombra en San Juan de Ulua. El mismo Díaz que mandó a asesinar a jornaleros en Cananea y Río Blanco cuando estos exigieron mejores condiciones de trabajo, le perdonó la vida a un tipo que había asesinado a 18 mujeres y de la peor manera.
            Pero el Chalequero no cumplió su condena, en 1904, y tal vez por un error, el chalequero fue indultado junto con varios presos políticos. Lo primero que hizo el Chalequero fue ir a matar a una prostituta vieja que de malas maneras lo trató. La policía lo detuvo a pocos metros de su víctima, todavía con sangre en las manos. Fue de inmediato aprendido y condenado al patíbulo, pero la tuberculosis y los años de alcoholismo le cobraron la factura, así que la justicia del hombre nunca la conoció.
            Cosa curiosa, fue de los presos que inauguraron una de las magnas obras del porfiriato, Lecumberri y murió justo unos meses antes de la revolución que hiciera huir a Díaz a Paris.
PD El escritor Bernardo Esquinca hizo una novela llamada "Carne de ataud", tomándolo como personaje.


Escrito para una revista de la CDMX que no sé si vió la luz.

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